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La cuenta regresiva para el diésel ya ha comenzado en los campos alemanes. Alrededor de dos mil millones de litros de este combustible aún impulsan tractores y cosechadoras cada año. Sin embargo, los planes climáticos que exigen la neutralidad de carbono para 2045 están apretando el cerco. Ante esto, Agritechnica 2025 promete ser una etapa decisiva en la transición energética en la agricultura. El evento tendrá lugar en Hannover en noviembre.
La exposición presentará soluciones reales. Máquinas listas para funcionar con nuevas fuentes de energía. Ingenieros, agricultores y fabricantes buscarán respuestas a una pregunta urgente: ¿cuál será la alternativa viable al motor diésel tradicional?
Hay opciones. Ninguna es sencilla.
Uno de los enfoques más conservadores es adaptar lo ya existente. Combinar motores diésel con electrificación parcial, como sistemas híbridos. Sin embargo, el beneficio ambiental es modesto. El diésel fósil sigue presente. Las emisiones apenas han cambiado.
Otra posibilidad son los líquidos más respetuosos con el medio ambiente. El aceite vegetal puro (P100), el biodiésel, el aceite vegetal hidrogenado (HVO) y los combustibles sintéticos entran en esta categoría. Sin embargo, cada uno requiere cuidados técnicos y presenta limitaciones prácticas.
El aceite vegetal, por ejemplo, requiere modificaciones en el motor. Su viscosidad dificulta el rendimiento sin ajustes. El HVO, en cambio, presenta claras ventajas: puede utilizarse en motores convencionales con la autorización del fabricante. No requiere modificaciones. Se mezcla bien con el diésel fósil. Sin embargo, existe un problema: la competencia por este recurso está creciendo en otros sectores, como el transporte y la construcción. Y la producción actual no puede satisfacer la demanda.
Más adelante, los combustibles sintéticos se perfilan como una promesa de neutralidad de carbono. Fabricados a partir de agua y CO2 mediante electricidad, se presentan en versiones líquidas (conversión de energía a líquido) o gaseosas (conversión de energía a gas). Sin embargo, son caros, consumen demasiada energía y carecen de escalabilidad y viabilidad económica.
Gases como el metano y el hidrógeno también forman parte del debate. Funcionan en motores adaptados, pero requieren tanques grandes y pesados. La densidad energética por litro es baja. Para una jornada completa en el campo, el espacio requerido compromete la operación. Además, los gases solo son sostenibles cuando se producen con energía renovable, lo que aún afecta el bolsillo.
¿Y qué hay de la electricidad? Los tractores eléctricos están ganando terreno en niveles de potencia más bajos, de hasta 130 caballos. Se pueden cargar durante las pausas del trabajo. Son ideales para tareas ligeras. Sin embargo, para los gigantes de la agricultura, persisten los desafíos. Las baterías tendrían que pesar toneladas. Aumentarían el coste y la compactación del suelo. Hoy en día, son poco prácticas para cosechadoras y tractores pesados.
Las pilas de combustible de hidrógeno, que generan electricidad a bordo, también enfrentan limitaciones. La tecnología es compleja, costosa y ocupa mucho espacio. La autonomía sigue siendo limitada.
¿Qué queda entonces? Un mosaico de posibilidades. Los motores multicombustible, que aceptan diésel, biodiésel y aceites vegetales en diferentes proporciones, surgen como una alternativa flexible. Pero no definitiva.
Lo cierto es que el campo aún busca su nuevo motor universal. Y puede que no encuentre solo uno. Las soluciones deberán adaptarse a las necesidades de cada explotación, cultivo y región. El éxito dependerá tanto de la tecnología como de la infraestructura, los costos y los incentivos.
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